11 Sep 2025

Japón inaugura otro periodo de inestabilidad política y económica

La dimisión de Shigeru Ishiba y el acuerdo arancelario con Washington exponen la fragilidad estructural del “enfermo económico mundial” del G-7.

Ignacio J. Domingo - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

Japón vuelve a situarse en el epicentro global. El cuarto mayor PIB del planeta, cuya economía lleva más de tres décadas atrapada en un letargo de bajo crecimiento, inflación raquítica y deuda pública colosal, afronta una nueva crisis de identidad justo cuando había sellado un acuerdo crucial con EEUU para aliviar la presión arancelaria sobre su industria automotriz. La dimisión del primer ministro Shigeru Ishiba, forzada por la derrota de su partido en las urnas y la pérdida de confianza ciudadana, coincide con la firma definitiva de la orden ejecutiva de Donald Trump que baja los aranceles a los vehículos nipones del 27,5% al 15% y deja una irónica paradoja: el pacto comercial que debía reforzar al Gobierno terminó sellando el epitafio político de su líder.

El pasado 5 de septiembre, Trump firmó los términos arancelarios pactados el mes de julio entre Washington y Tokio después de largas negociaciones que culminaron con una reducción de los gravámenes a las importaciones de automóviles japoneses que concede un respiro a fabricantes como Toyota, Honda y Nissan que se habían visto golpeados por la incertidumbre arancelaria y la amenaza de medidas aún más severas. 

La rebaja al 15% se percibe en Tokio como una victoria relativa porque, por un lado, evita una sangría mayor a su sector exterior en una de sus rúbricas más dinámicas al permitir cierta estabilidad a una industria que representa más del 15% del PIB nipón y genera millones de empleos. Toyota, por ejemplo, había estimado un impacto negativo de casi 10.000 millones de dólares por los aranceles previos.

Pero, por otro lado, el precio que Tokio tendrá que pagar por el pacto es demasiado elevado. Japón se compromete a invertir 550.000 millones de dólares en proyectos estratégicos en suelo estadounidense, en segmentos productivos que van desde los semiconductores hasta Defensa, o energéticos. Además, deberá ampliar la compra de productos agrícolas americanos como el maíz, soja, arroz por unos 8.000 millones de dólares anuales, adquirir un centenar de aviones Boeing o reforzar los gastos militares estadounidense. 

El pacto también asegura que Japón tendrá acceso preferente a chips y productos farmacéuticos estadounidenses. 

Sin embargo, la opinión pública nipona percibe la balanza inclinada del lado americano porque entienden que mientras Washington obtiene inversiones masivas y contratos estratégicos, Tokio apenas consigue una reducción arancelaria en un sector cuya competitividad depende también de la evolución del yen y de la demanda global.

Para Ishiba, primer ministro desde 2024, la rúbrica del acuerdo ha sido su última carta como jefe de Gobierno. Su partido, el Liberal Democrático (PLD), había sufrido dos derrotas consecutivas en las urnas, perdiendo la mayoría en ambas cámaras legislativas, un escenario inédito desde la posguerra. La ciudadanía, hastiada por el aumento del coste de vida, el encarecimiento del arroz y los escándalos de financiación ilegal que salpicaron a la formación que ha regido los designios de Japón en los últimos 80 años, castigó a un gabinete incapaz de conectar con las demandas sociales. 

Ishiba, conocido por su independencia dentro del PLD y por su perfil de halcón fiscal, nunca logró construir una coalición amplia de apoyo. Su estilo distante y su escasa capacidad para movilizar a la base social contrastaban con su prestigio como técnico riguroso. Al anunciar su dimisión, él mismo reconoció que había permanecido en el cargo únicamente para cerrar la negociación con Washington. Aunque tras su cese subyace un contexto económico que justifica el apelativo de “enfermo económico mundial”. Desde el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera en los noventa, Japón no ha logrado superar un patrón de bajo crecimiento y estancamiento salarial. 

Además, el envejecimiento poblacional y la baja natalidad limitan la demanda interna, al tiempo que la deuda pública, que supera el 260% del PIB, se consolidad como la más alta entre los países de rentas altas. El Banco de Japón, tras décadas de políticas ultraexpansivas, se enfrenta a una inflación que ha saltado hasta el 2%, pero que resulta insuficiente para dinamizar expectativas y consolidar una salida del estancamiento tras décadas de deflación. 

Por si fuera poco, los compromisos financieros derivados del acuerdo con EEUU restringen aún más la capacidad de maniobra presupuestaria de Tokio y obligará al próximo Ejecutivo a lidiar con un delicado equilibrio entre disciplina presupuestaria y estímulos al consumo.

El sucesor de Ishiba, pues, deberá garantizar la ejecución de un acuerdo que ofrece estabilidad a corto plazo, pero implica un coste de oportunidad a la economía nipona. Bajo presión política interna y en un momento delicado en sus relaciones con China y Corea del Sur. Los intentos de Ishiba de acercamiento quedaron a medio camino, y el auge del nacional-populismo de extrema derecha en Japón amenaza con deteriorar aún más estos vínculos. Un giro ideológico en política exterior complicaría la integración regional y podría tensionar las cadenas de suministro.

En el plano doméstico, la salida de un halcón fiscal abre la incógnita de si su sucesor optará por un giro más populista, que podría elevar su descomunal deuda y restar confianza a los bonos soberanos japoneses. 

La transición también añade un factor de incertidumbre a la economía global, ya que Japón es la tercera potencia exportadora y un actor relevante en los flujos de capitales, y a los mercados, que podrían renovar sus episodios de volatilidad por todas estas circunstancias. 

Japón entra ahora en un periodo de indefinición marcado por la búsqueda de un nuevo liderazgo en el PLD, la necesidad de reconstruir la confianza ciudadana perdida y la presión de mantener sus compromisos internacionales. En medio de una encrucijada de difícil comprensión, porque mientras el mercado más industrializado de Asia aporta medio billón de dólares a proyectos de inversión estadounidenses, su propia economía sigue atrapada en la parálisis y vuelve a mostrar un cuadro vital preocupante. El “enfermo económico mundial” busca un primer ministros que cierre la cuadratura del círculo: transformar un pacto arancelario desigual en una oportunidad de renovación para evitar que Japón vuelva a escribir otro capítulo de una historia repetida de estancamiento y dependencia externa.
 

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