14 abr 2025

¿Es la guerra comercial de Trump el Brexit de EEUU?

Aún es pronto para saberlo, pero la hostilidad arancelaria de la Administración Trump es un divorcio unilateral y hostil hacia el marco multilateral del comercio.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce
 

La UE ha sido golpeada con un arancel del 20% sobre todas las exportaciones a EEUU. ¿Y el Reino Unido recién independizado? Solo un 10%. Se podría decir que Gran Bretaña ni siquiera debería pagar el 10%, dado que no tiene un gran superávit con su socio transatlántico. De igual manera se podría decir que el hecho de que el Reino Unido produce tan poco que, en cualquier caso, no tendrá mucho que exportar, lo cual deja de ser algo negativo. Pero, al margen de este irónico juego del destino -resaltan desde la unidad de Opinión de Bloomberg- las consecuencias a largo plazo para Downing Street “no son demasiado pesimistas”. Como tampoco para Europa ni para el resto del planeta. Incluyendo al propio EEUU.

No cabe duda de que el 10% es un punto de partida más bajo porque si Gran Bretaña se hubiera quedado en la UE, también tendría que asumir un recargo arancelario del 20%. Además, cuenta con la ventaja de poder negociar a la baja o, incluso, sellar un acuerdo comercial bilateral. 

Pero esto es solo un planteamiento inicial. Porque, al mismo tiempo, y viendo el problema desde la otra orilla del Atlántico, la escalada arancelaria de Trump tiene suficientes aditivos como para pensar que podría ser el Brexit de EEUU. “Las raíces de ambos son prácticamente idénticas”, se asegura desde Bloomberg. En 2004, el gobierno del entonces primer ministro Tony Blair abrió las fronteras del Reino Unido a Europa del Este mientras la UE se expandía. Se les aseguró a los británicos que sería un golpe de efecto positivo para la democracia y el comercio, sin que en ese momento el movimiento de personas fuera motivo de preocupación social. Alrededor de 10.000 personas vendrán, dijo Blair. Durante el primer año, llegaron más de 120.000 personas.

Años antes, en 2001, EEUU acordó que se permitiera a China unirse a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Una vez más, los beneficios parecían claros: un comercio justo y libre, y la suposición de que unirse a la economía global basada en normas conduciría a una reforma democrática y capitalista en China. Pero parece que a los ojos de Washington no funcionó como se esperaba. Al menos, los actuales. En cambio, China ha aprovechado políticas comerciales e industriales persistentes -arancelarias y no arancelarias- para transformar diametralmente todo su tejido productivo e, incluso, la economía global a su favor. 

Es verdad que, en ocasiones, Pekín ha hecho uso de mecanismos como el control cambiario de su moneda con bandas de fluctuación poco flexibles y casi nada transparente, leyes laborales represivas, restricciones a la movilidad laboral, gasto excesivo en infraestructura o enormes subsidios a la industria. No del todo coherentes con el libre comercio. Pero también es cierto el hecho de que las potencias industrializadas se han beneficiado de su estatus de Gran Factoría global para alimentar su demanda de suministros. De modo que las manufacturas representan en la actualidad la cuarta parte de su PIB (en concreto, el 26%) y el consumo, tras tres lustros de virajes hacia la demanda interna, el 50%. 

Es parte de este desencuentro globalizador entre ambas superpotencias. Porque en EEUU se da el caso contrario. Las manufacturas suponen el 11% de su PIB y el consumo, el 70%, después de que se haya acostumbrado a décadas de obtención de productos baratos made in China, y dejar que su fabricación manufacturera cayera a mínimos. Pese a que se trata de un proceso legítimo que ni siquiera Washington ha tratado de alterar; por ejemplo, activando más intensamente los mecanismos de quejas y de salvaguardias ante la OMC que contemplaba el tratado de adhesión a esta institución por parte de Pekín. Y no por falta de reivindicaciones de sus industrias. 

Todo ello, deja una lectura geoestratégica que deja traslucir que el Brexit y los aranceles son dos caras de la misma moneda: el reconocimiento de que la entusiasta aceptación de las fronteras abiertas y el libre comercio durante los últimos 20 años no ha funcionado como se esperaba. Sin embargo, nunca un divorcio resulta aconsejable. Y las formas rupturistas de una globalización que ha traído consigo la mayor etapa de prosperidad global, tampoco son deseables. 

Sobre todo, porque se avecina una etapa de estanflación en EEUU y en el mundo y, por encima de todo, no pocas disrupciones añadidas. Empezando por las cadenas de valor y continuando por una nueva -e incierta- escalada de precios; esta vez, a diferencia de los energéticos que subieron con fuerza tras la invasión rusa de Ucrania y que dieron lugar al episodio inflacionista más intenso en cuatro décadas y al encarecimiento del dinero más brusco y contundente desde comienzos de siglo, en casi todos los sectores de actividad. 

En un contexto en el que es difícil imaginar que se puedan obtener a corto plazo “rentabilidades extraordinarias” como las del último bienio en los mercados de capitales. 

Por eso, conviene no olvidar el primer gran intento de Brexit comercial de EEUU, la Ley Smoot Hawley y su enorme subida arancelaria durante la Gran Depresión, que precipitó a la economía estadounidense a la recesión y que contribuyó, a partir de 1930 a prolongar la debilidad mundial y al colapso del comercio, que afectó sobremanera a las exportaciones alemanas. Todo un signo de mimetización histórica. 

Aplicar ese escenario histórico al mundo actual puede resultar un ejercicio aterrador. Pero sirve de recordatorio de que la verdadera incertidumbre que ha surgido con la política comercial de la Administración Trump no es solo un impacto arancelario, sino que también es un torpedo en la línea de flotación de la mayor economía global con un repunte del sentimiento antiamericano, cuya máxima expresión ha aparecido en el subconsciente colectivo canadiense y europeo. Pero también en el británico, tras casi un decenio de crisis de identidad provocado por un Brexit sin apenas justificaciones económicas, empresariales, industriales o de consumo -ni de soberanía nacional amenazada- detrás de su campaña, exitosa, de lanzamiento.  
 

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